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El estudio genético realizado en muestras de ADN de 42 ejemplares y llevado a cabo por las universidades de Stanford y de Washington de las poblaciones de ballenas grises (Eschrichtius robustus), indica que esta especie no se ha recuperado de la caza a la que estuvo sometida en el siglo XIX y XX. Es más, ha habido un perceptible descenso poblacional en la década de los 90. Hoy quedan unos 22.000 ejemplares, frente a los 96.000 que hubo antes de su explotación, es decir, una quinta parte.
Al estudiar las causas de la lenta recuperación de la especie y el reciente declive, los científicos concluyen que el cambio climático, de amplias repercusiones en el Ártico, está influyendo en la base de la cadena trófica, por haber modificado la cantidad y distribución de los pequeños organismos con los que se alimentan. "Las ballenas grises alertaron hace décadas del impacto de la sobrepesca, y ahora quizá están avisándonos de otro problema aún más grave", afirma Steve Palumbi, coodirector de la investigación.
Estos cetáceos se comportan como enormes arados que remueven el fondo marino para levantar sus pequeñas presas. Esa acción puede remover doce veces más sedimentos que los que aporta cada año el río Yukon, el más grande del Ártico. Tanto sedimento en suspensión atrae a otras especies que se benefician de la actividad alimenticia de las ballenas.
Ahora, con casi cinco veces menos de ballenas grises, las especies oportunistas también están pasando hambre. Es difícil cuantificar ese impacto bajo el mar. Pero en la superficie, los expertos si saben que un millón de aves marinas están afectadas por los grandes cambios que se están produciendo en el Ártico.
El mundo.es
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