Parece que comer insectos podría ser, según diversos estudios y especialistas, una eficaz manera de combatir el hambre en el mundo y, de paso, reducir los efectos del cambio climático. La ingesta de insectos proporciona al organismo grandes cantidades de proteína, con un bajo porcentaje de grasa y un coste de producción más bajo que el de la carne tradicional, tanto a nivel económico como ecológico.
Esto es así por varias razones. Al alto valor proteínico mencionado se suman grandísimas ventajas, como la tradicional capacidad de reproducción de los insectos, el hecho de que su pequeño tamaño no haga necesaria la existencia de enormes granjas donde producirlos, así como su alta concentración de aminoácidos y grasas beneficiosas. Por otro lado, estas criaturas son extremadamente resistentes, y resultarían fáciles y baratos de criar. Eso, al menos, es lo que cree Frank Franklin, director de nutrición pediátrica en la Universidad de Alabama at Birmingham, que propone crear una pasta alimenticia a partir de insectos con la que nutrir a niños que, de otra manera, sucumbirían al hambre en muchas partes del mundo.
Las cifras asociadas a la entomofagia no dejan lugar a dudas. Si la mayor parte del mundo adoptara este tipo de dieta, las emisiones de CO2, óxido nitroso y metano a la atmósfera asociadas a la ganadería tradicional verían sus porcentajes drásticamente reducidos. Un dato importante, si tenemos en cuenta que las explotaciones ganaderas son las responsables del 37% de las emisiones de metano y del 65% de las de óxido nitroso.
Las ventajas de comer insectos son, pues muchas: un planeta más limpio, reducción importante del hambre en el mundo y adopción de una dieta a priori más sana que las que ahora dominan nuestras vidas.
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