Salir de la actual crisis económica mundial y afrontar el reto del cambio climático son objetivos que pueden alcanzarse conjuntamente si llevamos al mundo hacia una economía baja en emisiones de carbono. Análisis realizados por Lord Stern, entre otros, han demostrado que los argumentos económicos para adoptar medidas inmediatas que logren mitigar los efectos del cambio climático son abrumadores.
Las reuniones de estos días en Estados Unidos deben estar enfocadas a lograr ese objetivo. La importancia de estos encuentros no puede ser minimizada y el éxito de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP15), a realizarse en Copenhague en diciembre próximo, donde los líderes del mundo volverán a reunirse con la intención de alcanzar un nuevo acuerdo mundial en la lucha contra el cambio climático, estará determinado en gran medida por los progresos realizados hasta ahora.
La evidencia científica es clara: el mundo no puede continuar con los actuales niveles de contaminación. Existe un amplio consenso en la comunidad científica de que el límite máximo en cuanto a los niveles de carbono en la atmósfera no debe superar las 350 partes por millón (PPM). Hoy en día, como resultado directo de las actividades humanas, se sitúa en 386 PPM. Por tanto, es esencial que cada país cambie su modelo de desarrollo económico hacia uno bajo en emisiones de carbono compatible con el crecimiento y la ecología del planeta.
La transición hacia este modelo económico bajo en emisiones de carbono sólo ocurrirá si todas las naciones toman conciencia de la gravedad del asunto; el compromiso de todos los países, tanto de los desarrollados como de los emergentes es vital. Los primeros, como principales emisores de partículas contaminantes, deben actuar urgentemente. Pero de igual importancia es que los países en vías de desarrollo se embarquen en la senda de un crecimiento económico evitando una industrialización con altas emisiones de carbono.
Dilema
El dilema de cómo promover el crecimiento económico sin perjudicar el medio ambiente no es un problema nuevo. Y no se limita a los países en desarrollo. En efecto, con la excepción de unos pocos, en su mayoría europeos, los países del mundo industrializado no han logrado reducir sus emisiones lo suficiente como para concederles autoridad moral o alguna ventaja práctica en este debate.
Mientras algunas naciones han tomado medidas efectivas -Dinamarca, por ejemplo, ha logrado disminuir sus emisiones de carbono y su consumo energético a la vez que ha aumentado su PIB- existen muchos otros países que sólo están preparados para asumir pequeños compromisos que están muy por debajo de los niveles requeridos. La Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático de Copenhague (COP15) representa una oportunidad real para que los representantes de las 192 naciones del planeta actúen en el interés de toda la humanidad.
Pero si estos cambios son un verdadero desafío para los países más ricos del planeta, lo son aún más para las economías en vías de desarrollo. En este sentido, es importante señalar que países como los nuestros también están tomando acciones positivas y que nuestra determinación es firme. Distintos planes se han puesto en marcha para reducir las emisiones, renunciar a las prácticas no sostenibles y hacer una eficiente transición a las nuevas tecnologías de energías limpias.
El plan de Costa Rica sobre el cambio climático, por ejemplo, exige un proceso de transición a la neutralidad en las emisiones de carbono para el año 2021; un programa ambicioso, pero alcanzable. Brasil, por su parte, se propone reducir las emisiones derivadas de la deforestación -la principal fuente de emisiones de gases de efecto invernadero- en un 80% en 2020, y planea establecer un objetivo de reducción de emisiones en los próximos meses.
Otros ejemplos incluyen la estrategia medioambiental publicada el año pasado por Sudáfrica ("Long-Term Mitigation Scenario") y los planes de las Maldivas para alcanzar la neutralidad en las emisiones de carbono en el mediano plazo. Corea del Sur, por su parte, está invirtiendo actualmente el 80% de su paquete de estímulo fiscal en medidas relacionadas con el cambio climático.
Estos compromisos con el medio ambiente son significativamente más altos que los que se han propuesto las naciones plenamente desarrolladas.
El reto es sencillo: cómo reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y mantener la prosperidad económica al mismo tiempo. En ese sentido, el cambio climático no es simplemente un problema medio ambiental. También es un problema de desarrollo importante. Se trata de cómo vamos a generar empleos e ingresos en el siglo XXI con una economía baja en carbono. La pregunta es: ¿cómo podemos alcanzar ese objetivo en todo el mundo?
Cuatro elementos
Para asegurar una vía práctica para una economía de energías limpias -que se mide tanto en ingresos más altos y un clima más estable- debemos encontrar una nueva asociación entre países desarrollados y en desarrollo.
Cuatro elementos importantes en este aspecto son:
Primero, el problema del cambio climático es un imperativo moral, económico y medio ambiental que no podemos evadir. Aquellos líderes que tácitamente reconocen las consecuencias devastadoras del cambio climático, pero que no se deciden a tomar ninguna decisión para detener su avance, actúan de forma hipócrita. Deben hacerse responsables con el fin de fomentar iniciativas que puedan ser presentadas en diciembre.
Segundo, el mundo en desarrollo no es uniforme, es tan diverso como la mayoría de los países industrializados. Aquellos países que han establecido ambiciosos programas para reducir la emisión de gases contaminantes deben ser reconocidos, beneficiándose de los incentivos ofrecidos por la comunidad internacional. Para aquellos que no han iniciado el camino hacia una economía baja en carbono, debe hacérseles ver que pierden competitividad, inversiones y oportunidades de crecimiento. Tercero, es momento de hablar de dinero. El mundo desarrollado debe seguir la llamada de aquellos que, como el primer ministro británico Gordon Brown, están comprometidos a financiar este proceso de transición. Su propuesta de invertir anualmente US$100.000 millones en nuevas tecnologíases el monto mínimo que podría esperarse que fuese acordado durante las reuniones del G20.Cuarto, y más importante, los abrumadores argumentos científicos y económicos para realizar este cambio deben ser comunicados a todas las personas de todos los países. Los líderes deben hablar sobre esto y la sociedad civil debe sumar su voz.Y esto es lo que se debe decir.
Una nueva asociación con el apoyo de importantes inversiones y con un fuerte liderazgo político es la única manera de reunir el consenso político-global necesario para hacer progresos reales en el tema del cambio climático. Es justo que los países desarrollados exijan más claridad en los compromisos de las naciones en desarrollo, incluso si son compromisos voluntarios. Pero esta asociación corre en ambos sentidos, y es igualmente justo para los países en desarrollo esperar que las naciones desarrolladas asuman compromisos más ambiciosos que los que hasta ahora han estado dispuestos a hacer.
Para los países desarrollados la transición a una nueva economía baja en carbono traerá más crecimiento y empleo, mitigando los efectos de la actual recesión y cimentando el camino hacia la recuperación económica y medio ambiental.
Para las naciones en desarrollo es una oportunidad para avanzar hacia un modelo de economía sostenible, evitando la industrialización que sea dañina para el medio ambiente en el proceso. Esto último creará perspectivas de expansión de la economía y más empleo.
Ha llegado el momento para alcanzar un acuerdo sobre cambio climático que sea justo, vinculante y ambicioso, y que contenga acciones concretas a realizar por parte de todas las naciones del planeta.
Es por esto que las reuniones de septiembre son tan importantes. Y ese es el prisma a través del cual su éxito debe ser evaluado.
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